El universo había cumplido con su parte. Ella, cumplió con la suya: se enamoró, se casó, viajó, se instaló. Era febrero de 2017, un año para repensarse, para reconocerse; un año (y un par de meses más) que decidió acompañar de la palabra sabático. A 4.076 kilómetros de lo que había dejado, lejos del título de “Directora de selección de personal”, de diplomas y presiones, quedaba ella: Ana María Tejada. Surgieron entonces las conversaciones unilaterales, ella esculcándose. Surgieron los recuerdos: sus clases de pintura siendo niña, su gusto genuino por el arte, el talento que heredó de su mamá.

Compró un libro de caligrafía y un kit de plumas (traía encabador, que es el cuerpo de la pluma, la pluma y un tarro de tinta). Lo demás fue hacerle honor a aquella verdad que asegura que la práctica hace al maestro: practicar, errar, practicar, practicar más, perfeccionar, seguir practicando. Vinieron más libros, más plumas, más tinta. Vinieron cursos online, de Photoshop, Illustrator, fotografía.

Llegó la acuarela y con ella, las invitaciones para matrimonios. De nuevo: libros, cursos online, aprender, errar, practicar, volver a ensayar. De lunes a domingo, ocho horas diarias, durante 12 meses. Un año completo, sin parar, sin vencerse. Y por fin, un día, vio aparecer su estilo: un estilo hecho a pulso, con paciencia, con la garantía de que el esfuerzo forja la pluma. Un estilo, semejante a lo que ella es: suave, delicado, tranquilo, simple, natural, limpio, meticuloso, perspicaz.

Con su norte claro, la geografía no era determinante. Viajar a Bielefeld, Alemania, donde Jairo seguiría con su doctorado, era una excusa para continuar. La esperaba de nuevo un invierno, que la encerraría para bien: practicar era su refugio, su terapia. Una especie de meditación, de desconexión con lo de afuera y afinidad con su naturaleza. Las flores, las hojas, los árboles, las líneas finas serían —son— su sello. La belleza de lo sencillo, su don. Ilustraciones impecables, cuidadas, encantadoras. Caligrafía suelta, ligera, fresca. Arte puro, hecho a mano, artesanal.

Su forma de agradecerle al universo fue ese “sí” que le dio a su primera cliente. Un “sí, acepto”, creer en lo que trazo. “Sí, acepto”, ser valiente y seguir. “Sí, acepto”, apostar mis cartas a Tintera Taller. Por supuesto, todo se ha ordenado para que lleguen más novias a decirle a Ana María que sí, aceptan —encantadas— las tarjetas que les diseñó.

Sí a su capacidad para escuchar las ideas e inspiraciones de los novios. Sí a su habilidad para pintar a mano las ilustraciones con acuarelas, para dibujar las letras con pluma y tinta, para digitalizar sus creaciones y sonreír al verlas impresas. Por supuesto, en este caso, adelante no se enlaza con futuro sino, más bien, con presente: un presente que trazó, con tanto pulso, con tanta precisión, con tanto rigor que alcanza para ser eterno.