Más atrás está la casa, con capacidad para 160 personas, con piso de mosaico, ventanales 360 grados —para no perder de vista ni al jardín ni al árbol—, un techo alto lleno de lucecitas en cúpula y un deck amplio al aire libre para cuando hay más invitados.

La cocina es amplia y agradable, equipada con horno y cavas. 60 parqueaderos para carros. 20 mesas rústicas en acabado decapé, 200 sillas estilo tiffany y dos mesas para postres, todo incluido en un paquete que además contempla el montaje de una zona picnic con mobiliario y techo elevadizo de 10x12 y bebidas no alcohólicas ilimitadas durante todo el evento.

A esta casa de construcción tradicional, cálida, colonial, estructuralmente no le hace falta nada. Cada rincón habla. Su energía es poderosa, nunca se siente vacía. Sin duda, el amor que se celebra, deja sus huellas.

El equipo, conformado por cinco personas, es compacto, consciente de que son parte de un día que no vuelve, que no se repite, que queda en la memoria selectiva y eterna. Están en el antes, el durante y el después, siempre pendientes, dispuestos, siempre emocionados —a veces hasta las lágrimas— cuando presencian la versatilidad y entonces, los matices que tiene la dicha.

Las flores magnolias, que en Japón significan victoria, son protagonistas, claro, porque en esta casa de magnolios y magnolias, ¿quién sino el amor es el triunfador? Y el árbol, aquel árbol enorme, de ramas generosas, de apariencia encantadora, sigue siendo el testigo más especial y cada atardecer, a manera de celebración, deja que sus hojas, sus eucaliptos, suelten su aroma. Parece que elegir esta casa, este ambiente, este jardín, este equipo, es la primera victoria de la historia que se escribe de a dos.