Volvió para encontrar un vacío en el mercado: por un lado, brasieres siempre con varillas; y por el otro, lencería muy sexy, muy atrevida, muy específica. Quería, entonces, crear un nuevo universo en el que los bralettes desestructurados, las espaldas con intención, las telas suaves, la comodidad y la cotidianidad estuvieran en sincronía. Estas dos últimas son la esencia más profunda de Livenza; porque la lencería debería ser igual de cómoda que la propia piel, porque todos los días la ropa interior tiene el primer lugar en el vestuario, porque la comodidad no excluye la sensualidad, ni tampoco la belleza, porque saberlo es el principio para sentirlo.

No a las varillas. No a los materiales que piquen o lastimen. No a la incomodidad. No a la lencería exclusiva para ocasiones especiales. Sí a la lencería cotidiana —y bonita, sensual—. Sí a los encajes, a combinar telas importadas y nacionales. Sí y mil veces sí a la comodidad. Al buen ajuste y el buen soporte.

Y bajo estas dosis de encanto, aparecieron las pijamas (de shorts, de pantalones, de vestidos), los kimonos (cortos y largos), los bralettes, los panties. Las mujeres que prefieren sentirse siempre bien. Las novias que deciden ser ellas mismas, aun más en su día y que siguen siéndolo en la rutina. Aparecieron también las telas mágicas: microfibra y tules suaves para que el interior no pierda coquetería.

Porque si cada día se convierte en una ocasión es porque estás haciendo algo bien en tu interior. Porque acostumbrarte a usar lencería que encaja con lo que eres, sin restarte comodidad, termina por transformarte. Y de pronto, ya no te quitas el bralette cuando llegas a la casa, sino que te miras al espejo. Y de pronto, ya no te da miedo verte porque sientes lo que eres. Porque ese es el secreto: feminidad, sofisticación, naturaleza. Es lencería que baila al ritmo de tu cuerpo, que conoce tus corrientes. Que fluye como un río: como Livenza.