A los 18 viajó a Buenos Aires a estudiar medicina. En las noches era jefe de barra de una discoteca, dormía dos horas y leía libros de doscientas páginas, pero renunció a ese trajín; más tarde trabajó en una consultora de marketing, pero esa sensación de no encajar, de que ese no era el mundo al que pertenecía regresó y, una vez más, huyó de allí. Durante todo ese tiempo, los cocteles permanecieron como su afición inmutable. Entonces, su don del movimiento lo hizo nómada. Viajó a Bogotá, a Medellín, a Santa Marta, a Cartagena, a Panamá… Pasó de ciudad en ciudad inventándose nuevos cocteles, nuevos sabores, perfeccionando ese talento innato que practicaba detrás de la barra desde hacía trece años. Fue un ambulante, haciéndole caso al viento, a la luna.

Y como su vida nunca ha sido una línea recta, volvió a Medellín porque Isabel, esa mujer con la que había bailado salsa unas semanas atrás, estaba clavada en su mente y en su pecho. Regresó por amor, y su nombre, Juan Básquez, comenzó a tener un eco fuerte en la ciudad. No era extraño que así sucediera: es dueño de una energía arrolladora, de una alegría genuina; como si llevara al mar y al sol dentro. Cuando la bola de nieve fue tan grande que no pudo solo, creó su marca, y se dedicó a lo que siempre anheló.

¿Qué era eso con lo que soñaba? Narrar a Colombia a través de la coctelería, brindar una experiencia imborrable y personalizada, demostrar que un coctel puede llevar curry amarillo o corozos; que, además, puede ser orgánico y de calidad. Por esa razón, en su taller, mezcla especias, macera frutas, hace mermeladas, exprime limones y naranjas… Es un juego, sin límites, con ingredientes naturales, sin pesticidas. Es un juego artesanal.

Su equipo es inalterable, todos están en la misma sintonía: la del disfrute, la de la creatividad, la del infinito. No recomiendan, sino que preguntan: qué te gusta, qué no te gusta, frutal, cítrico, floral… y a medida que las personas van contestando, sus bibliotecas internas ajustan cada preferencia hasta crear el coctel indicado.

Son una especie de diccionario, de oráculo, de profecía, de suerte. Son un viaje a la Amazonía, con sus sabores desconocidos. Son el giro sustancial de la coctelería clásica a la coctelería que se piensa, se estudia, se analiza. Son una canción que no se olvida. Una fiesta que se quiere repetir. Un juego siempre nuevo. Juan Básquez parece crear cocteles, pero inventa, cada día, una manera de bailar, de mantener el corazón en movimiento.