Mercurio es también la joyería que Alejandro creó a pulso después de trabajar durante 19 años en una familiar. De ser vendedor, de involucrarse en los procesos del taller, de limar, de coger un soplete, de dibujar por muchas horas y de conocer —con mirada fina— qué sucede detrás de un anillo o un reloj o unas aretas o un collar. Cómo llegan a ser lo que son.

Es administrador de empresas, pero su vocación es de servicio. Se hizo conocido por esa habilidad de solución. Las personas no solo llegaban a la joyería a comprar los diseños disruptivos que él hacía —planetarios colgantes y coloridos— sino también a arreglar una plancha o un reloj muy antiguo. Alejandro, lentamente, se ganó la confianza de todos. A él le dejaban los tesoros más queridos. Fue capaz de hilar una amistad tan sincera con sus clientes que la tienda, en ocasiones, fue consultorio psicológico, anecdótico, de conversaciones cotidianas.

Eso permanece. No es un lugar que aleja, sino que acerca. Una joyería particular, en la que se puede tomar un tinto o un vino. Eso permanece. A Alejandro le gusta ser un puente entre las personas y su mundo onírico: hallar la pieza que les cumple algún deseo. Se mueve con soltura entre esmeraldas, diamantes, oro y plata. Concibe a las joyas como una especie de medicina, y tiene un profundo conocimiento sobre gemas. 

Más allá de una relación comercial, tiene con ellas una dimensión astrológica: para él son una biblioteca cósmica, otro mundo, guardan información trascendente y sanadora; son intenciones. El diamante es solidez, la esmeralda es amor incondicional y desinteresado. No son arbitrarios los símbolos, ni los colores, ni sus significados. No es simple casualidad elegir una u otra. Hay un legado, un regalo por descubrir.

¿Cómo hacerlo? Ese es el punto de partida para contar una historia de amor: ¿es ella la luna, es él el sol? ¿Cómo se conocieron? ¿Mejor unas tobilleras que dos anillos? Alejandro se ha encargado de que todo el equipo esté en la misma sintonía. Guían, asesoran, narran el trasfondo de cada joya, enaltecen el cariño, descubren los atajos de cada pareja, profundizan en sus rincones. Preguntan, conversan. Intentan detectar el mensaje que las piedras tienen para dos personas que han decidido caminar juntas. Una unión mística entre la naturaleza y los humanos.

Mercurio es, en el sentido amplio y hondo, una oda a las conexiones, a la belleza intrínseca y explícita. Una joya no es simple pedrería. Hay algo más, aparte de lo que se ve: consenso, deseo, luz. Entonces, amor.