Manuela interpreta eso que a veces no sabemos cómo decir y lo traduce en un producto, en una prenda. Cada cosa está hecha desde cero, pensada en quien lo va a recibir y en el mensaje que quiere transmitir quien lo envía. A cambio, la mejor recompensa: abrazos, sonrisas y siempre, casi siempre, lágrimas de felicidad, porque Enna está presente en esos momentos importantes de la vida. Los que nunca se olvidan.

“Soy muy feliz haciendo lo que hago, demasiado”, dice, y el brillo de sus ojos lo confirma. Por eso a Manuela no le da pereza recorrerse el centro de la ciudad las veces que sean necesarias para encontrar eso que le hacía falta para completar la entrega. Esa cuchara de madera bonita, ese frasco de vidrio redondo, esa servilleta estampada. Su clóset está lleno de papeles, cartones, flores, telas, pedrería, marcadores, libretas, cajas, envases y, por supuesto, tijeras. De todos los colores y tamaños, su colección es grande.

En su taller siempre está Salami, su hijo peludo que se convierte en la mejor compañía a la hora de crear. También está su equipo de trabajo que ya lo conforman 5 personas y su mamá, siempre dispuesta a ayudar.

Manuela, la diseñadora de vestuario que en 2013 viajó a España a estudiar diseño en la gastronomía. La que nunca ve televisión, la que cocina delicioso, la esposa de Daniel. La que cree en el amor de verdad, la que le apuesta a las emociones, la que disfruta desarrollar nuevos empaques, la que sueña con algún día vivir en Italia.

La original, la creativa, la que compite con calidad y diseño; la dueña de Enna mercado de ideas. Manuela, que en realidad no nació con un solo don especial, sino con muchos, es lo más parecido al genio de la lámpara mágica que cumple deseos. Más de tres, por supuesto.