Acude a la sostenibilidad. Le interesa minimizar. Reutilizar. Reducir. Lo primero que hizo fue dejar de usar espuma floral en sus arreglos (un material que, además de producir cáncer, no se degrada con facilidad) y reemplazarlo por una malla de gallinero o por los floral flocks, una especie de materitos con clavos. Ambos recursos le sirven para organizar las flores y el follaje sin alterar ese estilo orgánico, asimétrico, “despeinadito”. Intenta no intervenir mucho en sus formas, dejarlas ser: no corta los tallos, no pule las hojas. Respeta la belleza natural.

Ha estudiado, investigado, hecho cursos sobre conectividad ecológica que aplica en su día a día. Tanto en el montaje como en el desmontaje hace separación de materiales. En las bolsas blancas guarda lo que se puede aprovechar, cartones, cauchitos; en las verdes el material orgánico, las plantas, las flores; en las negras lo que no es posible volver a usar. Hay una alegría genuina cuando ve que el 80% de los residuos, después de un matrimonio, son verdes. Hay una satisfacción que intenta repetir una y otra vez. 

Los escenarios que crea hablan de lo que las personas son. Recuerda mucho un matrimonio de una nutricionista a la que le propuso decorar las mesas con ingredientes que después los invitados pudieran llevarse para cocinar una crema. Con calabacín, cebolla puerro, espinaca, espárragos, lechuga, romero armó un set artístico; una especie de bodegón auténtico o, mejor, de ritual.

Eso. Dos Creativo es un ritual. Uno en el que Juan elige las flores en varios mercados locales. Uno en el que hace café cuando llega a un lugar, prende una vela, manda una oración al viento para que el clima despeje (y le funciona, le funciona siempre). Uno en el que siembra un árbol por cada matrimonio que hace. Uno en el que la naturaleza es quien dicta los pasos. Su corazón latiente pertenece a ella. Es ella quien le susurra qué hacer. ¿Cómo fallar? No es posible. Hay un pacto intrínseco entre los dos. Hay un conjuro de amor y respeto.