Es paradójico que se haya graduado como ingeniera de sistemas y haya trabajado durante varios años en Prebel cuando su mente, inquieta y dispersa, siempre está jugando con el arte. Su sensibilidad es aguda y se la debe a la naturaleza. La observa con el asombro de las primeras veces y descubre siempre algo poderoso en ella. Puede asegurar que todas sus colecciones tienen incidencia en algún animal, algún árbol, alguna flor, alguna laguna, algún cielo. Las piezas que hace son como amuletos: potentes, atípicas, se bastan por sí solas.

El proceso es lento y allí su fuerza. Primero llega “la visión”, luego coge un pincel y sus acuarelas y pinta, después amasa la plastilina hasta alcanzar la forma que quiere: la de anillo, la de aretas, la de collar, la de brazalete. Hace un modelo, elaborado uno a uno, en una técnica llamada cera perdida.

Así nacen de forma realmente manual cada una de las piezas. Trabaja, también, con una técnica llamada calado, que son cortes hechos cien por ciento a mano con una segueta. Es lo que más disfruta, lo que más le gusta: que su manifiesto sea lo rústico, lo hecho a pulso, lo pausado.

Esto último lo entiende, también, como un asunto transversal a su marca. Donella es, ante todo, la revolución del afán, del consumismo, de lo uniforme. Es joyería consciente y diversa: aquella mujer que para trabajar o para hacer senderismo puede usar las mismas aretas; aquella novia de estilo bohemio y que invoca, en su cotidianidad, al arte; aquella invitada que convoca lo sutil y lo llamativo en un mismo lugar. Donella es, ante todo, la inmortalización del arte a través de joyas.