Unos años más tarde se toparía, también por amor, con la pasión de ser DJ: organizándole una fiesta de quince años a su novia de entonces, comenzó a trabajar en Mekanus, una empresa de eventos. Luego trabajaría en Sonic, en El Solar y, finalmente, sería el DJ de Oz, una discoteca reconocida de Medellín, durante seis años consecutivos.

Juan José es honesto. Alegre. Siempre toma nota de todo. Respira un aire de optimismo como si la vida no fuera a acabarse nunca. Y eso se lo transfiere a su trabajo: se lo goza de principio a fin, siente las emociones como si las estuviera apenas estrenando, pone la música con el rigor de un ajedrecista y maneja la consola como un juguete que nació pegado a sus manos.

Que bailen, que canten, que sonrían, que brinden por los novios, el cumpleañero o la homenajeada; que el público haga cualquier cosa pero que se parezca a la felicidad.

Ese es el trabajo de “DJ Juanjo”: regalar felicidad. Se podría decir, también, que es un gran lector y que en el fondo, cuando se esculca bien en el interior, su trabajo de ser DJ realmente es un trabajo de leer: leer emociones, leer estados de ánimos, leer gustos, leer recuerdos, leer.

Así es como él pone la música: cuando se da cuenta que la sonrisa de ella se amplía si suena esa canción, y las manos de él aplauden cuando escucha ese artista, o el resto de los invitados cantan al oír la melodía tal… Leyendo, así fue como se convirtió en un buen DJ.  

Juan José no siente el tiempo cuando está apasionado, cuando pone a sonar la música. Seguramente, porque mientras se gasta los minutos en la consola, los otros se encargan de convertirlos en felicidad. Y cuando el lector de emociones la detecta, todo lo demás desaparece.