Por eso, hoy tienen en sus pupilas un horizonte que las emociona como pocas cosas: los recién casados. Son una especie de madrinas: pendientes y dispuestas, con la atención y los sentidos muy despiertos. Son las que miden, las que imaginan, las que asesoran a los que tienen la ilusión de un nuevo hogar. Son las que les ayudan a hacer una lista de regalos inteligente, las que los acompañan a comprar artículo por artículo, las que les sugieren proveedores y tiendas. Son las que (con plano en mano y medidas exactas) van en busca de aquellos objetos y mobiliario que encajen con el alma de aquella pareja ansiosa. Son las que están detrás, cruzando los dedos, para que cuando la puerta se abra sientan que llegaron a su lugar en el mundo.

Un lugar vigente, que trascienda el tiempo, que no se marchite. Un estilo atemporal, que no hastíe, que no envejezca. Un estilo que evoca lo nórdico, lo simple, pero que no olvida los destellos cruciales; aquellos que el corazón es incapaz de esquivar. Logran lo que logran por ser la dupla de opuestos que son: una soñadora, otra realista; una con un ojo agudo y sagaz, otra con una visión esférica; una de mente a toda revolución, otra capaz de aterrizar tanta creatividad. Logran lo que logran porque Luz y Natalia son, en otras palabras, descifradoras de lugares. Traductoras de emociones. Intérpretes de sueños. Y eso no es algo distinto a crear hogares felices.