Dice que si ese día, el del matrimonio, el más esperado del año, el más feliz de la vida, el más especial de todos llueve, hay que alegrarse porque esa bendición no ocurre siempre. Si hace mucho sol, hay que alegrarse porque la luz hará un buen trabajo. Si el cielo está muy azul, muy gris o muy rojo. Si hace frío o hace calor. Si a la novia se le quedó el yugo en la casa o al novio le robaron los anillos. Cualquiera, por imprevista que sea la situación, hay que disfrutarla tal y como llegue. Porque de la misma manera llega el amor: repentina, espontáneamente, con una energía que transforma los días.

Por eso, cuando Alejandro está al frente de dos personas que dicen “Sí, acepto”, es como si su cámara le hablara: sí, ponle flash a la energía que se siente entre todos los invitados. Sí, captura este momento para siempre.

Sí, encuadra esas miradas que gritan felicidad. Sí, enfoca ese abrazo que demuestra incondicionalidad. Sí, ilumina esas sonrisas que no caben en el pecho. Porque para él, las mejores fotos no las logra un día soleado, ni una fiesta que cueste muchos millones. Para él, unas fotos perfectas están hechas por la chispa que hay entre dos.

Eso es lo que siempre busca como fotógrafo: evidenciar la historia que hay detrás de esas miradas, reflejar los matices de aquel amor, plasmar el brillo de un nuevo comienzo, fotografiar el camino recorrido, crear recuerdos tangibles y eternos para que, por si algún día falla la memoria (o el amor, quién sabe), las fotos refresquen las razones que los hicieron soñar con un futuro juntos.