El formato está pensado para las ceremonias. Católicas, cristianas, judías, árabes, rituales simbólicos… Todas. Para recuperar en ellas el poder de la música, su capacidad de estremecer, de mover corazones, de aflorar sentimientos. La música como cómplice y testigo de una boda, de ese pacto de amor entre una pareja.

“En ese momento no canto las canciones, las vivo”, confiesa Frank. Son instantes de adoración, de conexión espiritual. Por eso, incluso en una audición, cierra sus ojos, se aferra al micrófono y hace que cada interpretación se llene de sentido, que transmita un mensaje, profundo y sensible. Su intención: captar la atención, invitar a reflexionar. A los novios, a las parejas presentes, a todos los invitados.

Y conmoverlos. Así lo hizo en esa boda colombo-iraní para la que preparó durante casi dos meses una canción en farsi, como presente para el novio y sus allegados.

Sorprender, no solo con cantos litúrgicos, de amor o en otras lenguas, con nuevos sonidos. Como la marcha nupcial con influencias celtas que la agrupación compuso para darle protagonismo a la entrada del novio; o la de la novia, un arreglo que tiene su origen en la marcha clásica, reinterpretada en una pieza de melodía suave, delicada, sutil, con un efecto de cuento de hadas.

Acoustic Gospel puede acompañar también el coctel y la recepción de la boda. Allí las canciones románticas de Fonseca, Andrés Cepeda, Juan Luis Guerra, Luis Fonsi o Santiago Cruz suenan con el alma íntima y acústica del formato, con su estilo.

Un ambiente familiar y hogareño, muy ameno y cálido es el que Jairo, en la percusión; Javier, en las cuerdas; César, en el piano; y Frank, en la voz, buscan generar en este momento. Y emocionar, siempre.