La vida a veces no avisa, exclama. Los caminos se encuentran, luego se tejen. Las personas se miran, y después se eligen. Todo es milagroso cuando dos deciden andar juntos: ¿cuántas cosas sucedieron para que pudieran tomarse de la mano?
Estaban los dos sentados en un salón del Hospital San José, de Bogotá. Iban a presentar la entrevista para la especialización de anestesiólogos. Ese fue el primer momento en el que se vieron. No recuerdan mucho más: los dos a la espera de un turno. Estuvieron un año completo siendo compañeros de estudio y de trabajos, pero si acaso mediaban palabras. A Juan Diego le parecía que Juliana era mala clase y Juliana tiene imágenes vagas de ese año. Luego, trabajaron juntos: jornadas extensas, turnos desde las seis de la mañana, y, lentamente, entre desayunos, cafés y detalles, la amistad que tejieron fue avisando que era algo más.
Ambos son médicos, anestesiólogos, metódicos, inmersos, con férrea decisión en que su oficio diario es la vida. No es metáfora, es convicción. Llegan a casa y conversan sobre el tránsito del día, sus pacientes, sus complicaciones: no solo se permiten coser un hilo del que los dos se sostienen, sino que se enseñan, se guían como la luz en un pasillo oscuro. Además de esa sincronía profesional, se disfrutan la compañía haciendo ejercicio, entre caminatas y montaña, bicicleta o trote. ¿Y el premio? Coca Cola Zero. Son adictos. Dentro de esa complicidad, también hay asuntos dispares: ella madruga, él no tanto; Juliana es hermética y de pocos amigos, Juan es sociable y de chistes constantes; ella es ordenada y él no ve problema en ir dejando cosas regadas. En todo caso, lo sustancial es como un péndulo que atraviesa lo demás: se quieren con un amor que impulsa y no detiene.
17 DE AGOSTO DE 2019
Un día después del grado de ambos como anestesiólogos, viajaron a la casa de Juliana, en Ibagué. Los papás de ella les organizaron una fiesta con ambas familias: había que celebrar ese triunfo. Después de varios meses de estudio, se sentía bien la calidez que tienen los brazos conocidos, las risas más cercanas. En esas estaban, disfrutando, evadiendo el afán de los días previos, cuando el papá de Juliana tomó un micrófono para felicitarlos y luego, Juan Diego le siguió el paso. Estaba nervioso —y así llevaba todo el día— y apenas pudo balbucear algunas palabras: que le tenía un regalo que hacía mucho le había prometido. Llegó una caja grande y ella, tan afín con los animales, imaginó que de allí saldría un cachorro, pero al contrario de eso, la abrió y salieron muchas bombas que decían Will you marry me? Mientras Juliana reaccionaba, mientras el mensaje calaba y se configuraba en su cerebro y en sus emociones, sacó otra cajita del fondo —la del anillo— y así, en esos escasos minutos asimiló lo que estaba pasando. Gritó, lloró, y los demás aplaudieron.
Fue una noche linda. No solo porque la promesa estaba pactada, sino porque todas las personas que estaban allí, cantando y festejando, narraban desde aristas diferentes su historia.
EL FONDO DE ESTA HISTORIA
Las raíces de Juliana están dentro de un árbol o de una hoja o de un tallo. Su esencia pertenece a la naturaleza y a los animales. La pregunta por cómo dejar una huella amable en el planeta es una constante dentro de sus pensamientos. Su conexión con la tierra es genuina y, de alguna manera, quería dar cuenta de ella en su matrimonio.
Se sentaron con Ana, de Nomeolvides, y la planeación comenzó. Hubo una conexión ineludible desde el principio, un conocimiento extenso y profundo de Ana hacia ellos como pareja y como individuos. Todo marchaba según lo imaginado, hasta que llegó la pandemia. Y la cuarentena. Y las restricciones. Y la incertidumbre. Y la desazón. Ana les envió un kit para que Juliana y Juan sembraran el árbol de la vida: como una analogía al renacer, a la esperanza, a la vida que se cuida. A partir de ese suceso, todo lo demás giró en torno a la siembra. La casa de los dos se convirtió en el vivero del amor: plantas por todos los rincones recordándoles que la paciencia agudiza el cariño.
No solo fue un plan de ellos, sino de toda la familia. El 50% de la decoración natural que hizo parte de la fiesta fue sembrada por ellos. Fue un ritual de espera, de atención, de aliento y unión. Fue la fuerza que necesitaban, el impulso para seguir, aunque fuera lento porque a veces el amor es así: sereno en su paso.
FUE VERANO EN DICIEMBRE
Juliana vive en Ibagué, en un conjunto residencial que es una hacienda. La rodean árboles, senderos, un lago, el ganado. Habita la sensación de estar en el campo. Habían decidido celebrarlo allí, en verano: un trece de junio. No solo para que el cielo estuviera limpio y despejado, sino porque era el fin de semana largo de las fiestas del folclor de San Juan y San Pedro. La fiesta se extendería, entonces la felicidad. Sin embargo, la pandemia varió la vida: ya no sería en junio, ni en verano, ni en puente. Ya no irían 180 invitados, sino 90. ¿Dos médicos casándose, en plena pandemia? Lo pensaron mucho, era un arma de doble filo. Pensaron casarse en una notaría, en la terraza de la casa solo con los papás, en un viaje íntimo, pero decidieron festejar con restricciones. Fue un doce de diciembre, y no un trece de junio. Fue en invierno, no en verano. Fueron menos personas. No fue un fin de semana con puente, pero fue un poco y un tanto lo que imaginaron: un día que no es intercambiable por otro; un sábado ni muy frío ni muy caliente, sin lluvia y de atardecer chispeante. Ella con su vestido de Gina Murillo, él con su traje de Gio Isaza; un ambiente de felicidad serena (a pesar del año tan incierto).
12 DE DICIEMBRE 2020
Llegar a acuerdos hace parte de la naturaleza de este amor. Entre ellos, el de la ceremonia: para respetar las creencias de Juan, que es católico, se casaron de frente a la capilla. De esta manera prevalecieron esa fachada bonita y esa convicción religiosa de JuanDi; pero para no irrumpir en las creencias de Juliana, que es agnóstica, no fue adentro. Fue, de nuevo, mirando a la iglesia, porque era importante para él, pero con los pies en el pasto, en contacto con la naturaleza, para honrar lo que ella manifiesta. Tejieron sus posiciones, encontraron un equilibrio.
A través de una puerta falsa, como símbolo de refugio, como la analogía de cruzar a un lugar sagrado y nuevo, ambos entraron con sus padres, papá y mamá, en medio de esa decoración minimalista y natural, hecha con bloques de ladrillos y velas. El doble uso de las cosas fue protagonista en esta historia. De aquí en adelante, la historia rueda con la música de fondo que para los dos es relevante: rock, clásica, pop. Con canciones como Tears in Heaven, Rivers flows in you, Count on me, Stand by me, Breathless, la gente notó a un Juan Diego muy nervioso, muy llorón —también— mientras Juliana leía los votos, a una Juliana muy sosegada, como levitando.
Salieron por esa misma puerta, pero ya no eran los mismos. Eran otros: ¿una promesa, un parasiempre, uno y también dos? Y, entonces, el coctel y la fiesta. Dentro de una carpa industrial que Ana adornó con palmas, con madroños, con aquellas plantas sembradas por todos y con unos velos en el techo —que semejaban ondas, el aire— sucedió la noche. Los ajíes y los elementos secos de las mesas combinaban con los tapetes persas de la pista y las lámparas y bombillos completaron el ambiente romántico.
Entre mesas altas tipo bar, mango biche, croquetas de setas, cerveza fría y música en vivo. Vinieron las fotos, los abrazos, las felicitaciones, las palabras sentidas del papá de Juliana, la serenata de boleros que los suegros le regalaron a ella —más que a él—, el primer baile Como enamoraban antes, de Fonseca; la comida, los brindis, la orquesta que avisaba la fiesta, la hora loca que llegó con champeta, reguetón y Pastor López y que terminó a la una de la mañana, pero siguió en la casa de Juliana con un parlante y un celular del que se escuchaba vallenato. ¿Dónde está la máquina que extiende los días y las noches?
No todo sale como se imagina, dicen, acudiendo al pasado feliz. Y quizás esa sorpresa genuina termina siendo mejor que el plan. No todo sale como se imagina, a veces menos gente es mayor calidez. No todo sale como se imagina. No todo se controla. No todo se evita. No todo se derrumba. No todo… y en esos pedazos pequeños en los que “no todo” sucede lo inesperado, lo que se recuerda con fuerza. Sucede lo único, como aquel doce de diciembre. Si alguien conoce la máquina aquella de encapsular momentos, que avise pronto. Lo cierto es que en esta historia, la de Juliana y Juan Diego, parece como si la naturaleza les hubiera hecho un lugar especial: como si todas esas raíces que sembraron durante meses los sostuvieron con fuerza y hondura.
…
Pd: Juli y JuanDi le hicieron una mención transversal y especial a Ana, de Nomeolvides, en todo el relato. Sin ella no hubieran estado tranquilos. Sin ella no hubiera sido posible. Casi que sin ella, ese día, el sol no hubiera salido. Así que este es un agradecimiento extendido, de parte de esta Libreta, porque cuando hay novios felices nosotros sonreímos detrás.
Lo sustancial es como un péndulo que atraviesa lo demás: se quieren con un amor que impulsa y no detiene
Se sentaron con Ana, de Nomeolvides, y la planeación comenzó. Hubo una conexión ineludible desde el principio, un conocimiento extenso y profundo de Ana hacia ellos como pareja y como individuos
A través de una puerta falsa, como símbolo de refugio, como la analogía de cruzar a un lugar sagrado y nuevo, ambos entraron con sus padres, papá y mamá, en medio de esa decoración minimalista y natural, hecha con bloques de ladrillos y velas
Llegar a acuerdos hace parte de la naturaleza de este amor. Entre ellos, el de la ceremonia: para respetar las creencias de Juan, que es católico, se casaron de frente a la capilla. Pero para no irrumpir en las creencias de Juliana, que es agnóstica, no fue adentro. Fue, de nuevo, mirando a la iglesia, porque era importante para él, pero con los pies en el pasto, en contacto con la naturaleza, para honrar lo que ella manifiesta. Tejieron sus posiciones, encontraron un equilibrio
Ambos son médicos, anestesiólogos, metódicos, inmersos, con férrea decisión en que su oficio diario es la vida. No es metáfora, es convicción
Dentro de una carpa industrial que Ana adornó con palmas, con madroños, con aquellas plantas sembradas por todos y con unos velos en el techo —que semejaban ondas, el aire— sucedió la noche
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