Si algo nos ha dejado este tiempo es una lección de impermanencia: no hay más certeza que el ahora. Suena a frase hecha, a lugar común; pero no por ello deja de ser la verdad que queda. Se aplazaron los eventos, las fiestas, los brindis como los conocíamos; llegaron las reuniones íntimas, el calor de hogar se hizo evidente, los abrazos salvaron los días. En todo caso, el amor permanece. Y eso es otra certeza que alivia.
Esta es una nueva sección —o la misma, adaptada a esta época— de historias. Más breves, más espontáneas, más exprés, porque así sucedieron. La vida cambió todas las preguntas y, entonces, hubo que inventar otras respuestas: matrimonios en tiempos de Covid-19.
SEXTA ENTREGA: CAMILA + FELIPE
Camila y Felipe llevan catorce años caminando cerca, nueve de ellos hilando un amor sereno, al que le interesa, sobre todas las cosas, mirar al presente como el milagro mayor. Ella madruga, hace yoga, medita, es una mujer de pulsaciones tranquilas, de ir despacio, de saborear el momento, de contemplar la quietud. Él trasnocha, se mantiene en movimiento todo el tiempo, si está en la ciudad quiere devolverse para el campo, y viceversa. Necesita tránsito y cambios. Sus personalidades toman distancia en muchos aspectos, pero se entrelazan con la naturaleza y los animales, con el cielo y su infinidad de colores, con los ríos y la arena. En medio de los árboles respiran al mismo ritmo.
Se conocieron el primer día de universidad, ambos eligieron Ingeniería Administrativa como carrera. Camila tenía un orzuelo, lo recuerda bien porque Felipe hizo algún chiste sobre el tema. Pronto se hicieron colegas de estudio, amigos de rumba, compañeros de ruta: vivían cerca, entonces compartían viaje. Fue una relación cercana desde el inicio, y entre miradas lumínicas, los dos admiten que la chispa los rondó desde siempre.
Fue, entonces, en octavo semestre, cuando Felipe estaba en Londres haciendo la práctica en ProExport, y Camila llegaba a hacerla allí mismo, que él le dejó saber su interés. Sin embargo, ella se quedaba y él regresaba a Colombia. Después, cuando estuvieron otra vez en Medellín, luego de algún concierto de Serrat, en el parqueadero de La Tienda del Vino se dieron su primer beso. Creen que, desde ese día, no se separan el uno del otro. Que Camila ha sabido disfrutar los viernes de amigos y tragos que le gustan a Felipe. Que él ha aprendido a menguar las revoluciones. Que entre los dos parchan, existen, respiran debajo un sol que los guíe por montañas.
El trajín, el afán de la rutina los tenía absortos. Querían un giro, un vuelco que los despeinara un poco. Buscaron voluntariados, pero parecían más unas vacaciones lujosas, así que aprovecharon un curso de yoga de Camila para quedarse en Bali. Vivieron seis meses descalzos, viajando en una motico que alquilaron, con el mercado a unos cuantos pasos… Días eternos, que se esfumaron demasiado pronto por la alegría suprema que llevaban dentro: yoga, surfeo, cerámica, mazorcas en la playa con los atardeceres como telón, fotos. Se convirtieron en dos habitantes del barrio, trenzaron una cotidianidad ligera, desprovista de adornos innecesarios. Fueron tan felices como dos personas pueden llegar a serlo.
Esos seis meses son el inicio de un hogar juntos. Una especie de ritual que trazó el futuro, lo que se avecinaba: armar una casa, la propia, y después de tres años de amaneceres y anocheceres, celebraron esa existencia.
Hacía un mes y medio que habían podido volver a sentir la tierra con los pies. Debido a la pandemia, pasaron cuatro meses dentro de su apartamento, anhelando un poco de naturaleza, de campo, y cuando por fin pudieron hacerlo no dudaron en empacar maletas y llegar a Tarso, aquella tierra calurosa que tanto quieren.
Felipe eligió el siete de mayo porque era luna llena. Sabe que para Camila esas fases son significativas. Cuando está completa muestra toda su luz, toda su fuerza, su poder es inminente. Desayunaron tarde, hicieron una caminata entre árboles y llegaron a una quebrada. Felipe recogió leña, prendió la fogata, coció el almuerzo con dedicación: pescado, verduras, langostinos. Extendieron un mantel, se acostaron a ver caer la tarde, tomaron vino, acompasaron respiraciones. Conversaron sobre temas profundos, sobre enseñanzas de cuarentena, sobre asuntos existenciales. En esas estaban cuando Felipe le pidió que corroboraran esa vida que llevaban con un anillo de Capa, que había estado diseñando con Catalina hacía varios meses: en oro rosado, con una esmeralda en bruto, es decir, imperfecta, que también representa a Tauro (el signo de ella), que también refleja la fuerza del amor, que también evoca el color del mar de Bali, que también es la historia de dos caminantes que juegan a unir un momento con otro, sin anhelar el que no ha llegado.
Esa noche salió la luna. Esa noche sembraron una planta. Esa noche escribieron unas intenciones y las soltaron al agua, para que su caudal diáfano las llevara hasta su destino.
A Felipe se le ocurrió que fuera en Jardín. Le gusta mucho el ambiente de los pueblos, sobre todo cuando atardece. La alegría que empieza a sentirse. Además, la familia de Camila es de Andes, entonces ambos sienten una fina cercanía por el suroeste antioqueño. Coincidieron, prontamente, en la forma: una celebración en las mesas del parque, juntos, pero libres. Puebliando.
La pandemia no intervenía en los que siempre habían sido sus anhelos, pues era importante el ritual como simbología, pero nunca les interesó una fiesta grande. Así que, dos meses antes, planearon esa celebración: fue un 21 de noviembre, de luna creciente, una luna buena para los comienzos, de energía en crecimiento, más femenina.
Fueron doce invitados: sus padres, sus hermanos y sus parejas, los padrinos y Chungo, el perrito de los dos. Se hospedaron en el hotel Plantación. Llegaron desde el viernes, y todo se sintió como un paseo familiar desde el inicio. Esa noche tuvieron una comida en la pizzería Café Europa, cantaron, llegó el padre a saludarlos, brindaron. Al día siguiente, Camila, Carolina (la madrina) y su mamá desayunaron temprano y fueron a decorar el lugar: tablones de madera, manojos de follaje, un tapete, velones, una barra para el trago y las fotos, tejidas por ella, de los ocho abuelos.
Regresaron al hotel y Camila, con la ayuda de Carolina, que es su amiga desde hace mucho tiempo, su madrina, la diseñadora de su vestido –Oropendola-, se peinó y se maquilló. De la misa, que fue a las tres de la tarde, recuerdan mucho las arras. “Son trece”, les contaron los padres de Felipe un día, “una para cada mes del año, y una más para compartir con los más necesitados”; así que recolectaron trece monedas de distintos países y esas fueron sus ofrendas, su tesoro.
De la iglesia, salieron para el parque a comer empanadas, buñuelos, a tomar cervecita… a vivir un sábado de pueblo, un sábado en Jardín. Y, más tarde, cuando el atardecer iba a comenzar, llegaron a la finca donde fue la celebración. Hubo músicos del pueblo tocando. Hubo fogata. Hubo crema de la huerta, asado y tiramisú, tequila, vino y aguardiente. Hubo luna creciente esa noche de noviembre 21. Hubo alegría hasta la una de la mañana. Hubo lo que querían: una afirmación del amor que han inventado juntos, de la vida pausada y la sentencia mayor: más allá del instante está la nada.
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Cami y Pipe, el sol habita dentro de ustedes.
FECHA: 21 de noviembre de 2020. HORA: 3:00 p. m. LUGAR: Jardín, Antioquia. IGLESIA: Basílica Menor La Inmaculada Concepción. NÚMERO DE INVITADOS: 12. WEDDING PLANNER: los novios. FOTOGRAFÍA: Valeria para VDF. VESTIDO DE LA NOVIA: Oropendola. ZAPATOS DE LA NOVIA: Tahi Shoes. ACCESORIOS DE LA NOVIA: Priah Heritage (ruana) y Cano Jewelry (aretes). MAQUILLAJE Y PEINADO: la novia y la madrina. TRAJE Y ZAPATOS DEL NOVIO: Mon & Velarde. DECORACIÓN: los novios. “Tablas de madera hechas en la finca, velones, manojos de follaje hechos por mi mamá y yo (con colaboración de Jabalinas - me ayudó con la idea de manojos y a conseguir el follaje)”. COMIDA: Bon Appetit. POSTRES: Bon Appetit. INVITACIONES: los novios. “Antes del matrimonio les enviamos un texto a cada pareja explicando la dinámica del fin de semana con información importante”. ANILLOS: CÂPÂ Joyería. RECORDATORIOS: “teníamos kits de bienvenida para cada pareja en cada habitación (vela, bruma/ambientador, botellita de ron con una foto de nosotros con la pareja). Las personas se podían llevar los manojos y los velones”. RAMO/YUGO: Jabalinas. MÚSICA: Sara Zapata.
Fue un 21 de noviembre, de luna creciente, una luna buena para los comienzos, de energía en crecimiento
A Felipe se le ocurrió que fuera en Jardín. Le gusta mucho el ambiente de los pueblos, sobre todo cuando atardece. La alegría que empieza a sentirse. Coincidieron, prontamente, en la forma: una celebración en las mesas del parque, juntos, pero libres. Puebliando
Hubo luna creciente esa noche de noviembre 21. Hubo alegría hasta la una de la mañana. Hubo lo que querían: una afirmación del amor que han inventado juntos, de la vida pausada y la sentencia mayor: más allá del instante está la nada
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