Amalia + Nicolás

La palabra sincronicidad no está en el diccionario. Es como si los protagonistas de esta historia la hubieran inventado. Es el concepto que define su cuento, que no es de hadas, no es color de rosa, no es el típico romance. Esta es una historia del tiempo que ha jugado siempre y maravillosamente a su favor. Un relato con banda sonora propia, repleto de imágenes coloridas con relieve. Un relato con guión personal que narra sobre papel las minucias de lo que son.

“UN AMOR A LA OCTAVA VISTA”

La frase de la canción Que Pasen Los Días de Kany García —en la que Nicolás fue productor— “Tú sabes que lo nuestro fue un amor a la octava vista” enmarca el comienzo de esta aventura, que ya cumplió 11 años, aunque ellos de fechas no saben mucho. No celebran aniversarios ni tienen claro cuánto llevan con exactitud.

Su relación se divide en coincidencias, en etapas, en viajes, en la suma de muchos momentos espontáneos que resultaron mejor que los planeados.

Se conocieron en el estudio de un amigo en común —donde trabajaba Nicolás— en Medellín. Se hicieron amigos, charlaron, descubrieron que compartían pasiones, pero no fue un amor a la primera vista, sino una sucesión de encuentros, sin las estrategias típicas de conquista, sin el afán de concretar algo. Empezaron a salir y Amalia decidió irse a hacer un semestre de la carrera a Bogotá. Llegaron las preguntas: ¿ahora qué hacemos?, ¿vamos a tener una relación a distancia?, ¿si vamos a aguantar? Llegaron, también, las certezas: sus sueños no eran negociables, harían lo que estuviera en sus manos para seguir, pero nunca renunciarían a lo que los hacía únicos, a eso de lo que se enamoraron del otro.

Aquí llegó ese primer hito en su relación. Por los mismos días en los que Amalia llegaba a Bogotá, a Nicolás le ofrecieron el cargo que tenía en Medellín en el estudio, pero para la sede de la capital. Él, sin dudarlo, aceptó. No podían creer que la vida estuviera siendo tan generosa con ellos. Cada uno estaría en lo suyo, pero lo mejor es que estarían juntos.

Y así crecieron, mientras crecía su amor. Fue una época de muchas fiestas, muchas salidas a bailar, conversaciones profundas acerca de quiénes eran y qué los inspiraba. Momentos donde se descubrieron y vivieron con intensidad el amor. Por motivos que ya se han olvidado, algunas veces decidieron terminar la relación, dejar que las cosas tomaran un rumbo desconocido, sin saber si volverían a encontrarse y dispuestos a sorprenderse por todo lo que les esperaba a cada uno en su camino, que estaba, irremediablemente, unido al del otro. Pero no lo sabían.

En una de esas separaciones, Amalia empezó a planear su viaje a Estados Unidos para estudiar un MFA en Ilustración, en la famosa universidad de artes SCAD, en Savannah, Georgia. Y en otro lugar de Colombia, Nicolás, al mismo tiempo, estaba buscando una oportunidad para estudiar un MFA en Diseño de Sonido, y uno de los pocos y mejores pensum que encontró fue precisamente en la misma SCAD, a la que Amalia había ingresado.

Entonces se reencontraron, querían volverlo a intentar. De nuevo, la sorpresa: el destino los llevaba otra vez a una misma ciudad, sin planearlo, sin saberlo. La sincronicidad, esa palabra que les pertenece, aparecía una vez más como una bandera ondeante de su historia. Hicieron maletas, siempre llenas de esos sueños que nunca han cambiado, y con el amor intacto, renovado, empezaron una vida nueva en otra ciudad. Decidieron no vivir juntos, seguirían siendo una pareja de novios como si estuvieran en Medellín o en Bogotá. Pasaron delicioso en esas calles místicas de Savannah, en los bares de jazz, en los museos donde siempre encuentran inspiración, en el campus de la universidad donde ambos aprendían y se reafirmaban sus pasiones. Así pasaron los años… hasta que un día cualquiera…

“QUÉ PASEN LOS DÍAS Y QUE AÚN TÚ ME DIGAS QUIERO ESTAR CONTIGO”

Lo mejor de un matrimonio es la conversación previa. Saber muy bien qué quieren, cuándo y cómo. Amalia y Nicolás habían hablado muchas veces de su vida juntos, de lo que querían construir. Tenían claro que no lo iban a hacer de una manera tradicional, con protocolos y rituales establecidos sobre lo que es una pedida de matrimonio romántica. Para empezar, a ella no le gustan las sorpresas. Es metódica, planeadora, ordenada y hasta para que él le hiciera la propuesta —que ya estaba anteriormente acordada— necesitaba saber una fecha aproximada, un momento particular en la que se fuera a dar.

Nada de cena especial en un restaurante costoso, ni de una fiesta donde estuvieran presentes la familia y los amigos, ni de ver a Nicolás arrodillado. Eso, por nada del mundo. Y fue tal cual lo hablaron, aunque inesperado, como cualquier compromiso, porque ese ingrediente de misterio no puede faltar jamás. Si bien Nicolás respetaba las condiciones de Amalia, también tenía claro que no le iba a avisar un día antes que iba a proponerle matrimonio.

Fue en marzo del 2021. Ya vivían juntos, en Miami. Nico estaba llegando de un viaje de una semana que se convirtió en tres. Cuando se bajó del avión, llamó a los papás de Ama a contarles que estaba yendo al apartamento y que iba a pedirle a su hija que se casara con él. Amalia estaba en pijama, se había hecho toda su rutina de cuidado de piel y le dijo a Nicolás que iba a empezar a hacer la comida, porque llevaban muchos días sin verse y quería plan en casa juntos. Comieron perritos calientes vegetarianos, hablaron del viaje, se desatrasaron de todos esos días en los que habían estado lejos y, cuando terminaron de comer, Amalia notó algo extraño.

Nicolás, que siempre lleva los platos y los lava de inmediato, en su obsesión por la limpieza, se fue a su estudio y empezó a revolcar cajas, a abrir cajones y clósets. A Ama la cogió un ataque de risa nerviosa y pensó, “aquí fue”. Se puso a lavar los platos, Nico llegó de nuevo a la cocina, pero no pasaba nada. Le hablaba de otras cosas y ella solo se reía, seguía lavando frenéticamente, volvía a refregar lo que ya estaba limpio solo porque no sabía qué más hacer, hasta que él se acercó y le dijo: “Para ya, voy a abrir la champaña y voy a filmar”. Sacó el anillo y Amalia le alcanzó a decir “por favor no te vas a arrodillar”, y entre risas, nervios, platos limpios, vasos relucientes, el desorden de las cajas de los cables de sonido de Nicolás regadas, llegó el sí acepto, las llamadas a las familias y amigos y el verbo favorito de Amalia: planear. Planear su boda.

“Y ASÍ DE GOLPE FUISTE A MIS ADENTROS A CAMBIARME EL CUENTO COMO UNA QUIMERA”

Si algo tenía claro esta pareja era que iba a hacer lo que vibrara con su esencia. No querían una fiesta muy grande ni una lista llena de lo que “debe ser”. Querían una celebración coherente donde realmente se viera reflejado en cada detalle quiénes son ellos. Lo que aman. Como los dos tienen mentalidad de artistas, lo primero que hicieron fue elegir un concepto: urbano. El punto de partida para hilar todo lo demás.

Estaban en otro país, lo más difícil sería elegir el lugar, pero gracias a Julián Posada, descubrieron la locación perfecta: el Teatro del Colegio La Enseñanza. Ideal porque es un espacio dedicado al arte y a la cultura, dos características irrefutables en la vida de los novios. Un lugar que, además, cumplía con las características estéticas del origen industrial, ubicado en una zona central de la ciudad a la que es fácil llegar en vehículo particular o en transporte público. Los novios no querían que la movilidad fuera un limitante para los asistentes que venían de otras ciudades. Una decoración en la que predominara el negro, una paleta de color muy reducida les dio importancia a los verdes y a los vinotintos. No querían manteles ni cosas colgando del techo.

Amalia diseñó las tarjetas con especial cuidado. Cada una de ellas era una obra de arte que los invitados podrían guardar y enmarcar. Se imprimieron en papel de algodón y su abuela las escribió a mano para después armar una placa y prensar el texto. Todo muy artesanal, un homenaje a lo hecho a mano.

Nicolás, por su parte, se encargó de la música, pero no solo de contratar una banda o un dj, sino de hacer lo que más sabe: diseñarla, ajustarla según cada momento. Todo salió perfecto. En la ceremonia, Mariana Restrepo, hermana de la novia, y Valentina Arango, cantaron 14 canciones acompañadas de los músicos de la banda de Camilo: Daniel Uribe, Nicolás Gonzalez, Frank Fuentes y Oscar Convers.

La ceremonia fue más un concierto que una misa. Luego, en el coctel, la misión de empezar a prender el ambiente fue para la agrupación Son de la Nubia, que le dio paso a Vuelta Candela. También estuvo el DJ Mario Tachack. La fiesta duró hasta las 4 de la mañana. Como el papel, el arte y las ilustraciones siempre estuvieron presentes, la hora loca fue atípica y completamente distinta a la de cualquier fiesta. Amalia diseñó unos tatuajes y todos los invitados terminaron con ellos hasta en la cara, para despertarse al otro día con el recordatorio impregnado en la piel de esa tinta imborrable que son las historias de amor.

La comida estuvo a cargo del restaurante La Provincia, con un menú ciento por ciento vegetariano. Primero, unas entradas a la mesa y, luego, una barra de pastas que fue sensacional, dejó a todo el mundo satisfecho y listo para rumbear. Los postres fueron de Una Gallina en Bicicleta, Decciocolate y La Hora del Venado. Una muestra más de algo que a Ama y a Nico les gusta hacer juntos: cocinar.

Cuando Amalia pensó en su vestido de inmediato buscó a Isabel Henao. Sabía que era ella y nadie más la encargada del diseño. Aun así, como siempre, estar en el momento oportuno a la hora exacta le cumplió su sueño de una manera inesperada. Ella quería una pieza hecha desde cero inspirada en el papel, una de sus debilidades. Cuando llegó al taller de Isabel en Bogotá vio una falda en organza plisada que la enamoró y que, curiosamente, fue hecha en moldes de papel a mano. Con Isabel eligieron el top que la acompañaría. Ya tenía listo el tocado, las aretas de su abuela se las regaló su mamá y los zapatos, de Daniel Alcaraz, que después fueron reemplazados por unos Converse, complementaron un look de novia que fue una declaración de autenticidad.

En cuanto al traje del novio, la historia es aún más particular. Se lo prestó Camilo, el mismo que canta, su amigo del alma, su hermano, esa persona que ha sido apoyo e inspiración para Nicolás. Cuando él le preguntó dónde podía conseguir un traje parecido al que él había usado en su matrionio, Camilo le dio el nombre del diseñador, pero le advirtió que podía ser muy demorado. Faltaba poco para el matrimonio, así que le ofreció medirse el suyo y le quedó perfecto, como si hubiera sido diseñado a la medida para él. Es un vestido clásico, negro, sin corbata. Un traje que, sin duda, cuenta muchas historias, ha escuchado muchas voces y recogido cientos de lágrimas de felicidad y abrazos de emoción. Fue la manera de que Camilo y Evaluna estuvieran presentes, al no poder viajar a Medellín.

Esta celebración, momento estelar de una relación de 11 años entre dos amigos que después fueron novios, después ya no, después otra vez sí y ahora se llamarán esposos, fue como un musical sacado de Broadway. Familia y amigos sobre la tarima, con micrófono en mano, cantando, bailando, extendiendo la dicha. Un despliegue de arte y talento que le hizo honor a eso que tanto los mueve.

BONUS TRACK: ¡NOS CASAMOS EN LAS VEGAS!

Solo hay una cosa que podría hacer esta historia aún más especial. Amalia y Nicolás se casaron primero en Las Vegas, Nevada. El universo conspirando en honor a dos artistas. En noviembre de 2021 estaban en la celebración de los Premios Grammy, en los que Nicolás fue ganador como productor en la categoría Best Vocal Pop Album, con Mis Manos, de Camilo. Ama, por supuesto, lo acompaña siempre que puede a estos eventos. Para ella no solo son espacios donde está junto a su esposo sino también donde comparte con sus amigos, encuentra inspiración y además conocen lugares nuevos juntos.

Como a esta pareja le encanta planear, pero nunca nada sale como lo planeado, una noche en Las Vegas decidieron buscar una de esas capillas que salen en las películas, donde los sacerdotes que casan están disfrazados de superhéroes o de Elvis Presley. Estaban con sus mejores amigos, en una ciudad que es famosa por los matrimonios con dosis extra de irreverencia. Ya tenían casi listo su evento en Medellín, pero, ¿por qué no casarnos acá también? ¿Por qué no fluir con el ambiente, con la emoción a tope, con diversión como cómplice?

Hicieron un trámite sencillo, pidieron la capilla y llegaron a la hora acordada acompañados de sus amigos. Ama tenía un vestido corto de lentejuelas con un abrigo blanco y unas botas negras hasta las rodillas. Nico, por su parte, un jean negro con una camiseta básica negra y un blazer azul oscuro. Elvis precedió la ceremonia y un coro góspel se encargó de la música. Al salir de la capilla, prácticamente echados, porque seguía otro matrimonio, Kany García cantó la canción Que Pasen Los Días, —la banda sonora de esta historia y de los subtítulos que han leído— y en medio de un círculo íntimo y casi místico que fueron formando quienes los acompañaban, Amalia y Nicolás hicieron su primer baile como esposos y descubrieron una forma más de festejar y manifestar su amor.

¡QUÉ MANERA DE AMARME, QUÉ MANERA!

Este es el cuento de dos soñadores que crecieron juntos, que tenían muy claras sus pasiones, a las que les dieron siempre el primer lugar. Pasiones que hoy comparten, no como si fueran uno solo, sino como dos que suman, se multiplican, se enseñan. Ambos vegetarianos, amantes del ciclismo, artistas, creadores de historias: Nicolás, a través de sonidos, ritmos duraderos y auténticos que resuenan en emisoras, fiestas, conciertos, plataformas digitales y alfombras de los Grammy. Amalia, con imágenes cargadas de fuerza y originalidad, que dan vida en papeles, telas, libros y retratos.

A ellos, un abrazo fuerte, y que el ritmo de su historia, que hasta hoy ha marcado su metrónomo, continúe vibrando con armonía para que se encuentren siempre sincronizados en un baile, en una canción, en una palabra justa, en cualquier ciudad, en un teatro, en una librería o en una alfombra roja; con el tiempo que les quede, ya comprobaron que lo importante no es la cantidad de días sino esos coincidir con los que le sumamos vida a los años.

Nicolás: productor, músico e ingeniero de sonido. Amalia: arquitecta, ilustradora, lectora apasionada. Ambos risueños, creativos, descomplicados, dispuestos a encontrarse en lo más profundo de sus almas para reconocerse y seguir descubriendo el tempo único de su melodía
Fotos: Valeria Duque Fotografía.
Amalia diseñó las tarjetas con especial cuidado. Cada una de ellas era una obra de arte que los invitados podrían guardar y enmarcar. Se imprimieron en papel de algodón y su abuela las escribió a mano para después armar una placa y prensar el texto. Todo muy artesanal, un homenaje a lo hecho a mano
Gracias a Julián Posada, descubrieron la locación perfecta: el Teatro del Colegio La Enseñanza. Ideal porque es un espacio dedicado al arte y a la cultura, dos características irrefutables en la vida de los novios
Cuando Amalia pensó en su vestido de inmediato buscó a Isabel Henao. Sabía que era ella y nadie más la encargada del diseño. Ella quería una pieza hecha desde cero inspirada en el papel, una de sus debilidades
En cuanto al traje del novio, la historia es aún más particular. Se lo prestó Camilo, el mismo que canta, su amigo del alma, su hermano, esa persona que ha sido apoyo e inspiración para Nicolás
Una decoración en la que predominara el negro, una paleta de color muy reducida les dio importancia a los verdes y a los vinotintos. No querían manteles ni cosas colgando del techo
La comida estuvo a cargo del restaurante La Provincia, con un menú ciento por ciento vegetariano
Fotos siguientes por Juan Sebastián Álvarez.
Como el papel, el arte y las ilustraciones siempre estuvieron presentes, la hora loca fue atípica y completamente distinta a la de cualquier fiesta. Amalia diseñó unos tatuajes y todos los invitados terminaron con ellos hasta en la cara, para despertarse al otro día con el recordatorio impregnado en la piel de esa tinta imborrable que son las historias de amor
Que el ritmo de su historia, que hasta hoy ha marcado su metrónomo, continúe vibrando con armonía para que se encuentren siempre sincronizados en un baile, en una canción, en una palabra justa, en cualquier ciudad, en un teatro, en una librería o en una alfombra roja
ESTE TEXTO FUE ESCRITO POR AMALIA URIBE PARA LA LIBRETA MORADA.
AMANTE DE LA LECTURA. EXPLORADORA DE LIBRERÍAS Y BIBLIOTECAS. EN INSTAGRAM LA ENCUENTRAN COMO @UNLIBROPORDIA1, DONDE ESCRIBE SUS EXPERIENCIAS CON LOS LIBROS. COMUNICADORA SOCIAL-PERIODISTA DE LA UPB Y MAGÍSTER EN ESCRITURAS CREATIVAS, DE EAFIT. SE CASÓ DE VESTIDO ROJO Y TIENE UN PERRO QUE SE LLAMA GABO. VIAJERA. FEMINISTA. SENSIBLE, PERO NO LLORONA. OBSESIONADA POR AUSTRALIA. TANTO, QUE LLEVA SU MAPA TATUADO EN LA PIEL.

CRÉDITOS

  • Locación: Teatro Colegio La Enseñanza.
  • Dirección y planeación: Julián Posada.
  • Fotografía: Valeria Duque Fotografía.
  • Video: Pablo Ángel.
  • Vestido de la novia: Isabel Henao.
  • Zapatos de la novia: Daniel Alcaraz.
  • Accesorios de la novia: tocado, Lito y Lola; aretas de la abuela y la mamá.
  • Maquillaje y peinado: Susi H Makeup.
  • Traje del novio: prestado, de Camilo.
  • Diseño y decoración: Julián Posada.
  • Menaje: Mesa y Bar.
  • Flores: Regina Vélez y Marta Vásquez.
  • Comida: La Provincia.
  • Postres: amigos (Decciocolate, La Hora del Venado, Una Gallina en Bicicleta, El Portal).
  • Invitaciones: Amalia Restrepo, impresas en Taller Talante.
  • Anillos: Capa Joyería.
  • Ramo: Regina Vélez y Marta Vásquez.
  • Padre: Pedro Justo Berrío.
  • Producción: CJ Producciones.
  • Música: ceremonia (guitarras: Daniel Uribe y Nicolás González; percusión: Frank Fuentes; bajo: Oscar Convers; voces: Mariana Restrepo y Valentina Arango). Coctel: Son De La Nubia. Fiesta: Vuelta Candela. Dj: Mario Tachack.
  • Hora Loca: tatuajes temporales que hizo la novia.

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