Amalia + Daniel

La composición del amor no está escrita. No la tiene nadie, no la guarda ningún cajón. Ni los alquimistas más poderosos podrían dictar alguna. Y, sin embargo, hay quienes lo encuentran en un par de ingredientes, en las expresiones más simples, en el tiempo que transcurre entre cocinar juntos y disfrutar el plato en compañía; de brindar porque la vida es buena cuando notas la levedad de lo sencillo.

TRES ENCUENTROS

Se conocieron en una cabalgata de un amigo en común. La fiesta. De ese día recuerdan la fiesta en la que estaban ambos y el beso que se dieron sin siquiera saber el nombre del otro. Después de ese encuentro, nunca más volvieron a cruzarse. No importa: ya vendría la vida a ordenar cada paso.

Se encontraron en la calle, algún día regular y Daniel (quizás por cordialidad) le pidió el teléfono a Amalia. Pero el teléfono nunca sonó. Se volvieron a encontrar, esta vez en una discoteca. Conversaron mucho, mucho más que sobre dos nombres que no se habían dicho. Conversaron en la acera hasta que llegó el amanecer. Conversaron y supieron que tenían tanto en común que quisieron seguir conversando durante cuatro años y medio más.

Daniel es ingeniero y tiene mente de ingeniero. Calculador, metódico, racional. Las matemáticas no fallan. Amalia es diseñadora y tiene mente de chef. Emotiva, pasional. Se saborea el instante. Son el oro y la oscuridad, pero cuando de vivir se trata hay tantos sinónimos: les encanta comer y cocinar, probar, experimentar, conocer restaurantes y hacer ruta gastronómica. Disfrutan de estar en familia, de sentir el viento mientras viajan en moto, de la calma que da el hogar de los dos.

BAHAMAS

Cada que salían de Medellín, Amalia sospechaba que algún anillo estaría guardado en la maleta de Daniel. Sospechaba se parecía más a anhelaba. Era abril. Aprovecharon Semana Santa para disfrutar un crucero por el Caribe. Empacaron juntos, en la misma maleta: ningún anillo viajaba. Se dedicaron a contemplar el mar desde la cima, a sentir el sol en la piel, a vivirse en compañía.

El día que llegaron a Bahamas, Daniel le dijo que fueran al mar. Y ella, a pesar de que no le gusta mucho la sensación que deja la sal en la piel, aceptó… el mar tenía encima esos colores que no pueden nombrarse y poco importaba que la piel se pusiera pegajosa de naturaleza. En la mitad de esa agua, donde no se sabe dónde empieza el cielo, Daniel le sacó ese anillo que tantas veces Amalia buscó en maletas, que tantas veces Amalia imaginó en aeropuertos, que tantas veces Amalia no encontró. Gritó mucho, saltó o hizo el intento de saltar, movió sus manos, su risa y otra vez sus gritos. Que sí, le estaba diciendo que sí; aunque la palabra no le saliera explícita, aunque en la garganta sintiera un corazón que no la dejara hablar.

UN BOSQUE

Desde que Pinterest existe, Amalia tiene un tablero dedicado a matrimonios. De ese tamaño es su gusto por estas celebraciones. De ese tamaño, sus ilusiones. Lo hacía por diversión, guardaba allí las cosas que le llamaban la atención y entonces, después de ese abril comenzó a hacer uno propio, con sentido real, con identidad más evidente. Notó cómo ese tablero fue cambiando con el tiempo, pero hubo siempre una constante: el verde. Justo por esos días recordó la vez que fueron a Jericó en moto y vieron tantas carreteras llenas de árboles y estos, en un intento por formar puentes aéreos, unían sus crestas. Entonces, el concepto fue más claro: un bosque con el encanto de las velas, un bosque de verdad, una noche romántica.

Acepta que tuvo muchas dudas, porque es indecisa. Acepta, también, que no fue fácil hacer la planeación sin una wedding planner, pero que se la gozó entera. Hizo llamadas, averiguaciones, presupuestos, logística. Estuvo al frente y en el medio de cada punto. Daniel opinaba, esto me gusta, esto no tanto… pero le había regalado la libertad y ella la estaba catando.

EL VESTIDO

Amalia es indecisa. Y lo sabe. Y lo acepta. La búsqueda de su vestido no fue una de esas idílicas. Tuvo muchos ires y varios venires, que al final le mostraron el camino. Andrés Pajón estaba muy fijo en su mente, como ese diseñador que admiraba y quería que la vistiera. Se midió todos sus vestidos y ninguno le gustó. La vida mostrando su propio matiz: cambiar los planes, variar el trayecto. Se fue para Sposa Mía y se midió uno. Le encajó, lo sintió, se vio siendo ella. Su mamá, su hermana y su amiga, que la acompañaron, también la vieron. Ese era. Sin embargo, las indecisiones le rompieron la mente y no lo compró. ¿Qué tal que hubiera otros por ahí esperándola? ¿Qué tal que…? Un montón de quétalque se acumularon. Se fue y en otro almacén se midió uno con aires de Berta, otra diseñadora que admira con fuerza. Le quedaba grande y había que hacerle algunos ajustes, pero algo le dijo que lo comprara. Cuando el vestido estuvo listo, con todos los cambios, ya no le quedó bien. No le gustó. Llegó el desespero, las lágrimas, la angustia. Fue a De Novia a Novia, se midió un vestido de Andrés Pajón que le gustó mucho, pero cuando se decidió por él ya era tarde. Volvió la angustia, alguna lágrima, la incertidumbre y entonces, regresó a Sposa Mía a medirse ese vestido en el que se había sentido feliz y en el que su mamá la había visto feliz. Y estaba. Y lo compró. Y ese fue: un corte sirena que nunca se esperó con una capa imponente y liviana. Le agregó aretas grandes y una corona de Zawadzky. Un maquillaje en tonos rosas y unas ondas impecables.

EL TRAJE

Daniel fue el antónimo de Amalia. Mandó a hacer su traje faltando un mes para el matrimonio. Fue una combinación entre Jaime Gómez (pantalón + saco) y María Zuleta (zapatos, camisa y corbatín). Sobrio y con una pizca de color en el corbatín.

LAS INVITACIONES

Aunque no dedica su vida al diseño, aprovechó esta ocasión para regresar a los días donde combinaba tipografías y arte. Hizo las invitaciones guiada por varias tarjetas de agradecimiento (cuando entonces se tenía la costumbre bonita) que guardan sus papás. Fue un diseño sobrio, clásico y tradicional. Negro sobre blanco. Dos tipos de tipografía. La esencia del diseño en su fulgor.

DOS MESES ANTES: EL LUGAR

Le había dicho a su papá que quería casarse en la finca de su abuelo. Ese abuelo que ya no está en presencia física, pero que le dejó tanto de su esencia y su andar. Siempre el amor resulta ser eso: la huella que el tiempo no borra. Sin embargo, la finca estaba en proceso de venta. Amalia, entonces, decidió que sería en el Club Campestre Llanogrande. Todo estaba listo, pero dos meses antes, como si fuese una señal del cielo; de esas que ni la ciencia ni el destino alcanzan a explicar, se dañó el negocio de la finca. De nuevo le insistió a su papá: que la dejara casarse allí, que la dejara estar más cerquita de su abuelo ese día, que sabía lo complejo que podría llegar a ser la logística, pero que hay una certeza —siempre vigente— de que cuando el amor se atraviesa lo hace de manera transversal y sí, con esa certeza, nada podía salir mal. Faltaban dos meses. 60 días para re organizar su celebración. Un reto de amor, si se acude al romanticismo y uno de disciplina, de paciencia, de tenacidad, si se acude a la vida real. Hicieron dupla, equipo: Daniel se involucró más y Amalia no paró de hacer averiguaciones. Carpas, pisos, baños, actualización de proveedores: sí, me caso en otro lugar. Sí, solo faltan dos meses. Sí, estamos felices. Sí, yo estoy que brinco porque será en la finca de mi abuelo, en esa finca que siempre quise. Eso es un matrimonio: terminan por existir muchos sí, pocos no, un montón de que llegue el día, por fin.

LA LLUVIA Y LA DECORACIÓN

Si existieron prioridades en este matrimonio fueron dos: la decoración y la comida. La primera, por Amalia. La segunda, por los dos.

Imaginó, desde el momento uno, un matrimonio al aire libre. Descartó el siete de diciembre porque no recuerda ningún Día de Velitas ausente de lluvia. Sería el 14, entonces. El clima estaba de buen ánimo: despejado, de cielos bonitos y azules, pero una semana antes varió. Clavaron cuchillos, donaron huevos a las monjas, rezaron, cruzaron dedos; pero la lluvia no hizo caso. Se quedó. Se reprodujo. Aumentó. Ese día, mientras se arreglaba con su hermana, su mamá y algunas amigas, se quedó mirando llover por la ventana. Después de tantos cuchillos, tantos huevos, tantas plegarías: sí, después de todo, aún llovía. El cielo no quería hacer tregua. Cuando llegó a la iglesia, llovió con más fuerza, sin clemencia; pero cuando salieron, los esperaba un arcoíris.

Si mira hacia atrás, no cambiaría esa tormenta. No cambiaría esa lluvia; que nunca dejó de cantar. Ni un minuto en todo el día. Ni un minuto en toda la noche. La neblina se metía dentro de la carpa y le hacía honor a aquel árbol central que Fred, el decorador, construyó con arbustos y ramas del suelo. Aquella lluvia, tan temida por ella, ambientó la decoración, el bosque creado, las velas puestas. Como si siempre hubiera estado ahí, haciendo parte del lugar.

LA COMIDA

No dudan en incluir el verbo cocinar como uno de los planes predilectos por los dos. Conocer sabores y restaurantes. Quedarse en casa y comer rico: pocas cosas disfrutan tanto. A él, le fascina explorar, descubrir, combinar a su antojo. A ella, le gusta agregarle su sazón, hacer recetas en casa. Las sube a su Instagram desde hace un tiempo, como un arrebato genuino que fue tornándose en una comunidad, en una compañía que la sorprende y la alegra. Su camino con una alimentación más equilibrada comenzó después de llegar de Estados Unidos, donde vivió cinco años. Cinco años que dejaron a su paso, 25 kilos de más. Más por salud que por vanidad, comenzó a leer su cuerpo, su mente y se entretuvo, se encontró de nuevo.

Con el cambio del lugar, tuvieron la oportunidad —también— de re estructurar el catering. Salir de ese universo clásico en el que solo existen solomitos con papas, carnes con puré, risottos… ¿Rabo de res, quizás? Ella no quería mucha carne roja, pero Daniel es un fanático de aquella gastronomía. Probaron entre ocho y nueve platos para llegar al resultado final: un menú por tiempos.

Primer tiempo: burraticas sobre mesclun con reducción de balsámico y pesto de cilantro.

Segundo tiempo: sopa de tomate con crema de albahaca.

Tercer tiempo: raviolis rellenos de ossobuco y hongos en salsa cremosa de malbec con quinoa roja tostada + ensalada de orgánicos con aceite de albahaca.

Cuarto tiempo: mom’s homemade chocolate chip cookie skillet + helado de leche de coco, panela rábano y caramelo salado.

Ese último tiempo, el tiempo dulce fue especial porque no quiso una mesa de postres, pero sí un final con identidad y significado. Por eso le pidió a su mamá, cocinera nata, que le preparara las galletas, para servirlas calientes con ese helado que crearon desde cero con la marca vegana Sharbets.

Los gusticos coquetos

Además del menú por tiempos, tuvieron a Juan Básquez mostrando cuanto truco saber hacer para que un coctel, uno solo, sea toda una fiesta y todo un mundo. Y mientras la gente respondía las preguntas que suele hacer Juan para conocer lo que quieren sentir con un trago, también comieron baos de berenjenas con cebollas encurtidas y salsa bbq de guayaba y langostinos encostrados en coco con ajonjolí. Para aquellos que no querían cocteles, hubo sodas Hatsu y cervezas artesanales hechas por un amigo de Daniel que está engomado con el oficio de la cebada. El toque bonito: etiquetas hechas por Amalia con una AD y la fecha. Porque los recuerdos que se escriben, ni la lluvia es capaz de limpiarlos.

LA FIESTA

El primer baile estaba cancelado. Con la timidez de ambos, no había chance para hacerlo. Pero faltando un mes para la fiesta, los invitaron a un matrimonio en Santa Marta. Mientras bailaban La Tierra del Olvido, de Carlos Vives, se dijeron con los ojos que esa era la canción; que sí, que bailaran, que la pena se podía alejar de ellos por un rato. Y así empezó la fiesta: en medio de una timidez que se tranquilizó con un Como naufragan mis miedos, si navego tu mirada… y terminó con música de Rodolfo Aicardi, con maracas y orejas de reno, con mini buñuelos y mini hojuelas. Con Amalia de tenis. Terminó como empezó, lloviendo. Terminó con la certeza que traen las buenas compañías: la calidez tiene que ver más con las personas, que con el clima.

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Amalia y Daniel, de parte de esta Libreta, queremos dejarles un único deseo que encierra muchos más: agradecer siempre (con un brindis) las diminutas dichas de la vida. ¡Salud!

Hay quienes encuentran el amor en un par de ingredientes, en las expresiones más simples, en el tiempo que transcurre entre cocinar juntos y disfrutar el plato en compañía
Fotos: Verónica Ramírez para VDF.

APUNTES FINALES

¿Qué consejos les darían a todas las parejas que en este momento están organizando su matrimonio?

No acepten algo con lo que no estén completamente contentos, porque después se van a arrepentir. No se sientan “cansones”. Piensen en el resultado que quieren realmente. Siéntanse libres.

Tres cosas que consideren clave para que la fiesta sea un éxito:

- Elegir cosas que los representan a ambos, que refleje la personalidad de los dos.

- Reunirse con todos los proveedores y asegurarse de que tengan buen feeling con ellos: eso hace la diferencia.

- No aceptar nada hasta no estar completamente feliz con el resultado. Todo hasta que les encante.

Un error para no volver a cometer:

Subestimar los detalles pequeños y dejarlos para la última hora. Todo cuenta y el tiempo es limitado.

Clic AQUÍ para ver el video del matri de Amalia+Daniel, por MerryMe inc.

ESTE TEXTO FUE ESCRITO POR JULI LONDOÑO PARA LLM.
(EN INSTAGRAM LA ENCUENTRAN COMO @CARECOCO). HERMANA DE PABLO, DE SANTIAGO, DE FELIPE. PERIODISTA, ENAMORADA DE LAS LETRAS HECHAS LIBROS, HISTORIAS, VIAJES, CANCIONES DE SABINA. SU FIRMA TIENE –SIEMPRE– UN ESPACIO EN LAS PÁGINAS DE ESTA LIBRETA MORADA.

CRÉDITOS

  • Lugar: finca de Amalia.
  • Iglesia: Cristo Sacerdote.
  • Wedding planner: Due Wedding Day, Luisa Bustamante Celestia Eventos.
  • Fotografía: Verónica Ramírez para Valeria Duque Fotografía.
  • Video: Marry me INC.
  • Vestido de la novia: Pronovias de Sposa Mía.
  • Accesorios de la novia: Zawadzky.
  • Maquillaje y peinado: Manuela Álzate (mam make up)  / Peinado: Isabel Espinosa.
  • Traje del novio: Jaime Gómez y accesorios de María Zuleta.
  • Zapatos del novio: María Zuleta.
  • Decoración: Fred Floral Designer.
  • Comida: Castropol Catering.
  • Postres: mi mamá linda + Sharbets.
  • Invitaciones: Amalia.
  • Anillos: Intercontinental / Amelia Brides.
  • Ramo/yugo: Fred Floral Designer.
  • Vestidos pajecitos: Off Corss.
  • Batas: Edición especial de Livenza.
  • Música: José Vargas.
  • Hora loca: Amalia.
  • Cocteles: Juan Básquez.

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