Su primera boda fue todo un reto. Aunque tenía el respaldo su profesión y estaba certificada como wedding planner, sentía que le hacía el ingrediente de la experiencia. Confío en sus dones. Se fortaleció con el apoyo infinito de sus padres. Un pálpito que no dejó de crecer (nunca, hasta ahora) en su corazón, le hicieron creerlo posible. Tuvo miedo, por supuesto. Pero, una vez más, volvió a su interior, invocó su intuición, repasó su trabajo, se aferró al amor que le había puesto a cada detalle de la planeación.

Aquel primer matrimonio salió perfecto. Aún existe ese susto sin nombre, natural y humano el día antes de cada matrimonio. Ese cosquilleo que surge cuando la alegría se mezcla con la ansiedad. Existe porque sabe que, aunque en PRANA todo esté cubierto con un plan B, X, Y y Z, al final no se trata de contratos, sino de sueños cumplidos, de emociones y anhelos. Del día de dos que se aman y se eligen. Por eso, porque sabe que una celebración son mucho más que ocho horas, les aconseja a sus novios disfrutarse el proceso de planeación a plenitud, vivirlo al 100%.   

De esa primera experiencia ya van siete años como wedding planner. Estudios en decoración, porque ama las flores (uno en Londres, con su decoradora favorita, Karen Tran), cursos de planeación de eventos y un equipo increíble que crece movido por esa energía inagotable llamada PRANA. A su lado trabaja Daniel, su (ahora) esposo, un chef especialista en catering de eventos. En Daniel, Valen tiene su mano derecha y la mitad de su corazón. Conoce todas las minucias de las bodas, el minuto a minuto; asesora a las parejas en las decisiones de licor, servicio y menaje.

Se encarga de revisar cada detalle de contratos con proveedores; incluso, para muchos novios, ha sido el consejero del traje, la barba, los zapatos… Los dos se conectan tanto con las parejas que no les importa hacer de psicólogos, acompañarlos a citas, que los llamen a deshoras.

Los une, también, el amor por las fiestas. Por esa alegría que condensan, por esa (buena) energía que fluye y se contagia en ellas, porque creen fielmente que son una celebración de la vida. Por eso, como buenos soñadores que son, decidieron embarcarse en festejar su unión con dos matrimonios: uno simbólico, en San Andrés; y otro católico, en Medellín. Para ellos, toda una maestría. De entender mejor a los novios, lo que se vive del otro lado de la moneda: las ilusiones, las preocupaciones, la ansiedad porque todo salga según lo soñado, y que sea aún mejor. También, la oportunidad (doble) para valorar aún más su trabajo, el significado de su apoyo y compañía para las parejas. El sentido de la palabra tranquilidad.    

En PRANA saben que una experiencia memorable es como un viaje entre amigos. Comienza con un sueño y no con un presupuesto. Divierte incluso planearlo: brotan las ideas en todo momento, hay que pensar en los detalles. Debe ser ordenado, pero flexible; vivirse en calma y no con ansiedad. Invitar, unir, alegrar, evocar esa sensación de plenitud, de no querer que se acabe nunca. En PRANA el amor se celebra así, como un viaje inolvidable, con la misma determinación de Valen en sus inicios, con esa energía vital que no se extingue, que es infinita.