Estudió Diseño de Espacios y Escenarios en la Colegiatura porque le fascina visualizar y ver el resultado de eso que imagina. Llegó a hacer su práctica universitaria a una empresa de eventos y, a la semana, ya estaba trabajando en su primera boda en Cartagena. Ese instante fue definitivo. Laura se reafirmó en la carrera que había elegido, pero, sobre todo, en que eso era lo que quería seguir haciendo: planear matrimonios. Ver la satisfacción de los novios, poner a prueba su capacidad innata de leer a los demás y descifrar, como si estuviera resolviendo un acertijo, eso que anhelan los que se van a casar. Porque a veces es confuso. Porque hay muchos sentimientos, emociones, ansiedad. Laura es ágil para encontrar en esos fragmentos desperdigados de ideas y gustos los ingredientes precisos que buscan las parejas.

Sus dos mayores virtudes son la paciencia y la responsabilidad. Van de la mano. Juega con ellas como haciendo malabares, las mezcla como si estuviera haciendo una de las recetas de repostería que tanto le gustan. Y es también una especie de reportera —una coincidencia idiomática particular que a ella la abraza en su totalidad—: escucha, analiza, dibuja, hace tableros en Pinterest, busca tendencias y referentes según lo que quiere cada pareja. Después escribe todo en una bitácora. Cada una es un texto sagrado de esos novios que la buscan para que les planee su fiesta soñada, su escenario perfecto y acorde a lo que son.

Diseña espacios y también experiencias. Le gusta involucrarse en las decisiones para elegir decoración, comida, música, aunque sabe que esto conlleva una dosis incalculable de compromiso, que se traduce en sentido de pertenencia genuino por cada boda.

El verbo planear no le queda grande. Lo desarrolla a profundidad y concreta lo que se debe aterrizar, pero deja fluir aquello que necesita mayor espontaneidad y libertad. El día antes de la boda, Laura le envía a su equipo el minuto a minuto del evento; cena algo ligero, ora y se duerme tranquila y feliz con la confianza de quien ya ha trazado su camino, pero que disfruta el proceso como regla fundamental para el éxito de lo planeado.

Sus matrimonios tienen un sello prodigioso, casi místico, que reflejan su esencia con lo que hace. Como buena amante de perderse entre bosques, Laura sostiene, como las ramas de un gran árbol, a esas parejas de futuros esposos que le confían su fecha más importante. Es guía, es raíz, es la extensión de lo soñado. Es estructura, porque el orden es su mantra. Es fluidez que permite que los cambios no sean tan bruscos cuando hay viento o lluvia. Es sombra en días acalorados. Es frescura.