El amor permanece: Natalia + Alejandro

Apuntes

Si algo nos ha dejado este tiempo es una lección de impermanencia: no hay más certeza que el ahora. Suena a frase hecha, a lugar común, pero no por ello deja de ser la verdad que queda. Se aplazaron los eventos, las fiestas, los brindis como los conocíamos; llegaron las reuniones íntimas, el calor de hogar se hizo evidente, los abrazos salvaron los días. En todo caso, el amor permanece. Y eso es otra certeza que alivia.

Esta es una nueva sección —o la misma, adaptada a esta época— de historias. Más breves, más espontáneas, más exprés, porque así sucedieron. La vida cambió todas las preguntas y, entonces, hubo que inventar otras respuestas: matrimonios en tiempos de Covid-19, vía Zoom.

SEGUNDA ENTREGA: NATALIA + ALEJANDRO

Se conocieron hace varios años en “La Mocha”, una fiesta grande —y famosa— de la Universidad de Antioquia a la que asisten residentes, internos, médicos en proceso. Ahí estaban los dos, ella estudiante de ginecología; él de medicina interna. Los tragos ya habían hecho efecto y Natalia lo cogió del brazo: yo a usted lo conozco, le dijo. Él le respondió que no, que estaba confundida. Ella insistió y le preguntó su nombre. Alejandro Hernández, contestó. Se bailaron la noche al compás de “nuestro amor será”, ese merengue ochentero que invoca a la nostalgia. Llegaron más canciones, más vueltas, una moneda de cien pesos girando en el cielo: si caía cara, se daban un beso; si caía sello, lo dejaban para después. 30 veces la tiró Alejandro y, las mismas, mostró sello. Siguieron bailando, los dos de Converse, y diciéndose disparates como “el día que nos casemos, vamos a estar los dos con estos tenis”. Existen conexiones que parecen un vaticinio, una predicción.

Pasaron dos años y volvieron a verse en la misma fiesta. Y todo volvió a ser casi igual: bailaron, se gustaron, sintieron la energía de ambos, pero no hubo moneda de cien y tampoco algún beso. Pocos días después, él se graduó y ella lo felicitó (por Facebook) y por fin, él aprovechó para invitarla a salir. Comieron salpicón y  conversaron. Él le contó sobre Amalia, su hija; sobre Valentina, su exnovia; se   pusieron al día. Terminaron en la terraza de la casa de ella, bailando de nuevo, todo para re confirmar que la conexión del primer momento estaba tan implícita como siempre, intacta como si el tiempo no hubiera hecho grietas.

Playa del Carmen

No celebran aniversarios, no cuentan los meses, pero creen que de novios estuvieron tres años. Como médicos valoran que al llegar a casa esté el otro para escuchar las preocupaciones, las historias, las angustias que suceden en un hospital, que están tácitas cuando la vida y la muerte son el lenguaje constante. Alejandro es analítico, estricto, metódico. Natalia es de soluciones rápidas y ágiles, más intuitiva, siente que el universo envía señales de vez en vez. Con Valentina, la exnovia de él, tienen —ambos— una relación bonita; y con Amalia, la hija de él, una vida feliz. Son una familia extendida, un amor como agua limpia: que fluye y no se estanca.

Fue Amalia, precisamente, quien le hizo la propuesta a Natalia. ¿Te quieres casar con mi papá? Le preguntaba en un video que él grabó y le mostró en Playa del Carmen, cuando estaban en un kiosquito al lado del mar.

Un año estuvieron planeando la celebración: sería en Santa Marta, claro, con sal de mar, con brisa calurosa. Ella aprendió macramé y tejió muchos atrapa sueños, muchos llaveros (que darían como recordatorios), los dos viajaron varias veces a ver el lugar. Él ya tenía traje, ella vestido. Y entonces, una pandemia comenzó a cambiarles los planes: la primera opción, que se mezcló con esperanza, fue esperar. Quizás el bicho ese no llegue hasta Colombia, quizás pase todo muy rápido, quizás, de pronto, ojalá… pero el virus llegó y en enero cancelaron la luna de miel, que sería en Grecia.

Después les avisaron a los invitados: no habrá matrimonio en la playa, no habrá, es definitivo. Fue una decisión difícil de tomar; además, como médicos (sobre todo Alejandro) tendrían que enfrentarse (con más cercanía) a la incertidumbre, al miedo, a la angustia. La muerte es inminente, es certeza severa para todos, pero comenzaron a pensarla más próxima: eso les recordó que lo más importante es el hoy, el camino del ahora. Decidieron que se casarían ese mismo nueve de mayo, en su hogar, en su apartamento, en ese refugio (y esta manera de nombrarlo toma sentido porque es ahí donde se encuentran los dos en sus versiones más limpias). Lo demás, ya no importaba tanto.

Ocho de mayo 2020

Quisieron una preboda en el hospital. Tal vez para nunca olvidar que una pandemia les detuvo lo planeado, convirtió el mundo en una distopía, pero ahí estuvieron ellos, como el cielo que no se cae. Las enfermeras fueron sus madrinas (la maquillaron, la peinaron). Los enfermeros fueron sus padrinos (supervisaron que estuviera todo bien). Sonó la marcha nupcial y Natalia caminó por los corredores del hospital hasta encontrarse con Alejandro, que la cargó y la sentó en la silla de ruedas que decía just married. Muchas risas, mucha espontaneidad, mucha complicidad, muchas fotos para hoy, para la posteridad, para recordar que 2020 fue el año que no les arrebató el amor.

Esa noche durmieron con unas pijamas de aguacate, como haciéndole honor a las medias homónimas que él tenía el día que se casó su hermano. El mismo día que Natalia se ganó el yugo. Una especie de suerte, quién sabe, pero en todo caso, un recuerdo: qué es la vida sino eso.

Nueve de mayo de 2020

Amanecieron opacos por dentro, tristes. No pueden negarlo. No pueden decir que fue fácil, que todo se borró de un brochazo. Días antes, hubo lágrimas, preguntas retóricas, impotencia. El nueve de mayo, también hubo algo de eso. ¿Por qué si durante un año tejimos, planeamos, soñamos? Pero vieron su casa decorada por Juliana, de Toque Rosa, con ese estilo boho que se imaginaron en la playa y la ilusión volvió. Se conectaron por Zoom y el profesor de yoga les regaló un ritual especial: un cordón rojo, siete granos, varias velas… una meditación con los siete pasos que iban a dar como familia.

Después les llegó un desayuno por parte de algunos amigos, luego una maleta de la madrina… toda la mañana recibieron regalos de sus familias, de sus personas más cercanas y se aferraron a eso: al cariño, a los abrazos a distancia, a las ganas grandes de todos por hacerlos sentir que ellos sí estaban ahí ese día. Llegó Amalia y las dos se encerraron en la habitación para arreglarse. Natalia, guiada por Mafe, una amiga, se maquilló y se hizo ondas; mientras afuera, Alejandro puso canciones significativas para los dos y vio las fotos en el techo que Natalia había pegado, cada una tenía una palabra escrita: amor, familia, unión; como diciéndole eso, que eran mucho, que eran todo. No se aguantó las ganas y abrió la puerta del cuarto, la sacó a bailar, bailaron, se tomaron fotos.

Él se puso un traje de su hermano con unos zapatos que Natalia le regaló. Ella se vistió con un vestido de Rosa Pistacho que compró por Instagram, un sombrero y unos zapatos que ya tenía. No se preocupó por las uñas, por las cejas, por si el maquillaje le duraba. Fue una ceremonia íntima, real, esencial. Corta, también: ella caminó desde la habitación hasta la sala. El padre, Iván, les preguntó por eso que los había enamorado, Amalia les apretó las manos, Natalia leyó unos votos, Alejandro habló… los invitados (en pantallas, de corbatas y vestidos) brindaron con champaña. Ellos bailaron, otra vez, como ese primer día, “nuestro amor será limpio como el cielo azul, nuestro amor será como un manantial de luz”… y en medio de ese merengue ochentero y nostálgico, escucharon otra canción que les encanta: Diez razones para amarte. Se asomaron y dj Juanjo (vecino de ellos) había puesto música. Para sorpresa, todos los balcones estaban llenos. Hubo aplausos, brindis, gritos de felicidad. Muchas, muchas fotos. Un yugo que rodó hasta el parqueadero, arroz, champaña, burbujas… más música. La alegría se fue esparciendo, hizo eco.

A las once de la noche, más o menos, después de bailar en el parqueadero, (y los vecinos en sus balcones) los dos subieron a la terraza del edificio y terminaron el día con una serenata —por video beam— que Alejandro le tenía de regalo. No hubo playa, no hubo mar, no hubo fiesta como la imaginaron, pero sí un vestido de novia sucio y desgastado que reflejó esa frase —oportuna siempre— de Nicanor Parra: nunca sabe uno apreciar la dicha verdadera. Cuando la imaginamos más lejana es justamente cuando está más cerca. También lo dijo Alejandro cuando le preguntamos por la sensación que lleva consigo por estos días: la felicidad es simple. Somos nosotros quienes la complicamos.

¿Qué viene? No saben. Es muy pronto para pensar en el después, siempre es muy pronto para eso, aunque creamos lo contrario. Quieren una fiesta, sí, que celebre la vida, el amor, una especie de renovación de votos, un recordatorio de que el centro del universo (aunque suene hiperbólico) es que están juntos, a pesar de todo y como fortuna de lo demás.

CRÉDITOS:

FECHA: mayo 9 de 2020. HORA: 4 p.m. CIUDAD: Envigado. LUGAR: hospital y casa. NÚMERO DE INVITADOS: Amalia e Iván (sacerdote) + los vecinos. FOTOS HOSPITAL: Bodas Cami Méndez Photo. VESTIDO DE LA NOVIA: Rosa Pistacho/ Health Company Dickie’s (los uniformes). ZAPATOS DE LA NOVIA: Mercedes Campuzano. ACCESORIOS DE LA NOVIA: sombrero de Sandbreo, tiara de Zawadzky, artes de Pájaro Limón. MAQUILLAJE Y PEINADO: @by_mafe, vía Zoom. TRAJE DEL NOVIO: Zara. ZAPATOS DEL NOVIO: Mario Hernández. DECORACIÓN: Toque Rosa EventosDJ: Dj Juanjo.

Nunca sabe uno apreciar la dicha verdadera. Cuando la imaginamos más lejana es justamente cuando está más cerca
Nicanor Parra

FOTOS PREBODA

Una divertida sesión preboda, orquestada por sus compañeros del hospital. Fotos: Juan Camilo Méndez.

Fotos: Juan Camilo Méndez.
Muchas risas, mucha espontaneidad, mucha complicidad, muchas fotos para hoy, para la posteridad, para recordar que 2020 fue el año que no les arrebató el amor

EL MATRI, EN SU CASA

Fotos caseras, cortesía de los novios.
Un año estuvieron planeando la celebración: sería en Santa Marta, claro, con sal de mar, con brisa calurosa. Y entonces, una pandemia comenzó a cambiarles los planes. Decidieron que se casarían ese mismo nueve de mayo, en su hogar, en su apartamento, en su refugio
ESTE TEXTO FUE ESCRITO POR JULI LONDOÑO PARA LLM.
(EN INSTAGRAM LA ENCUENTRAN COMO @CARECOCO). HERMANA DE PABLO, DE SANTIAGO, DE FELIPE. PERIODISTA, ENAMORADA DE LAS LETRAS HECHAS LIBROS, HISTORIAS, VIAJES, CANCIONES DE SABINA. SU FIRMA TIENE –SIEMPRE– UN ESPACIO EN LAS PÁGINAS DE ESTA LIBRETA MORADA.

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